Inspiración más allá del algoritmo
Si crees que ya lo viste todo, deja de hacer moodboards y sal a la calle.
Todo está hecho. Esta fue una de las primeras lecciones que aprendí en la carrera de artes, y me atrevería a decir que es una de las primeras cosas que aprendemos en cualquier industria creativa: nada es realmente original, y hoy más que nunca, lejos de crear conceptos nuevos, la prueba de nuestra creatividad está en nuestra capacidad de combinar y reinterpretar lo que ya existe, de conectar puntos que antes parecían lejanos. Este no es un planteamiento nuevo. Los contemporáneos del siglo pasado ya estaban haciendo arte derivativo, cuestionando incluso si la originalidad fue en algún momento posible. Pero en la era de Pinterest, TikTok y sus trend forecasters, el miedo a la redundancia se siente más cercano que nunca.
Acudimos al internet como nuestra primera fuente de inspiración porque sabemos que a través de él tenemos acceso a un banco ilimitado de imágenes y referencias, pero en la mayoría de los casos es precisamente eso lo que hace que concluyamos nuestra búsqueda con la sensación de que siempre llegamos tarde a nuestras propias ideas. Además, parecería que cuanto más buscamos inspiración online, más empiezan a parecerse los resultados. A pesar de que en el archivo digital existe una infinidad de posibilidades, los algoritmos que gobiernan nuestras fuentes más habituales están entrenados para mostrarnos más de lo que nos gusta, y por consecuencia, más de lo mismo. Escribiendo este texto recordé un artículo de hace un par de años en Eye of Design que hablaba sobre lo que ellos llaman el efecto moodboard— una especie de epidemia en la estética comercial de los últimos años donde el uso excesivo de referencias fácilmente accesibles hace que muchas propuestas visuales parezcan réplicas entre sí, resultando en una suerte de homogeneización visual impulsada por el mismo algoritmo que promete inspiración infinita.

No quiero caer en la trampa de decir que el internet es el enemigo, al fin y al cabo gracias a él estamos aquí y no puedo negar que aún existen espacios que no necesariamente responden a la hiper-especificidad de nuestros algoritmos, y que pueden en efecto brindarnos algo nuevo. Pero cada vez más pienso que la clave para escapar de este sentimiento de ya haberlo visto todo está en buscar referentes fuera del mundo digital. Volver a aprender desde cero a observar, a prestar atención a lo que nos rodea sin la prisa de compartirlo, encajarlo en un moodboard o convertirlo en un nuevo —core. Estas son cosas que sólo podemos hacer cuando decidimos pasar más tiempo en el mundo real, que aunque esté igual repleto de estímulos, lleva sin duda un ritmo más manejable, permitiéndonos digerir mejor lo que percibimos en lugar de saltar a categorizarlo o reproducirlo inmediatamente.
Dejar que las ideas se formen con calma, sin una estética o meta predeterminada es algo que he estado tratando de poner en práctica mientras intento sanar mi relación tóxica con mi algoritmo, que a pesar de estar perfectamente entrenado para mostrarme diseño midcentury modern y I’m just a girl memes, rara vez me ofrece algo que no deriva de las mismas cosas.
Con este propósito empecé a recopilar una lista de espacios donde poder ejercitar nuestra curiosidad más allá de estos filtros. Y como a fin de cuentas esta es una comunidad por y para creativos, pensé que sería buena idea compartirla, en parte para que le sirva de herramienta a quienes también estén buscando inspiración offline, y en parte para invitarles a agregar a ella.
Así que considerándola un work in progress, aquí va lo que tengo listado hasta ahora:
1. La naturaleza
La fuente de inspiración de nuestras primeras obras de arte y probablemente uno de los sujetos más retratados por el ser humano. No es coincidencia que hayamos pasado siglos documentado el paso del tiempo y el juego de las luces y colores sobre mares, montañas, bosques, y desiertos. Más allá de lo visual, podemos encontrar en el mundo natural inspiración en cuanto al orden de las cosas, el paso del tiempo, la relación que llevamos con otras especies, y las formas de comunicación que trascienden el lenguaje.
2. Las conversaciones entre amigos o (mi favorita) entre extraños
Debo confesar que escuchar conversaciones ajenas es una de mis actividades favoritas. Conversar con amigos, por supuesto, puede inspirarnos también, sobre todo cuando nos comparten perspectivas que son diferentes a las nuestras. Pero las conversaciones entre extraños, esas que escuchamos en la fila del banco, la mesa de al lado o caminando por la calle, están casi siempre llenas de sorpresas y sabiduría inesperada.
3. Los espacios que frecuentamos
El lugar de los almuerzos cerca del trabajo, la tiendita de la esquina, incluso el tráfico de la seis de la tarde. La cotidianidad puede hacer que no los consideremos mucho pero hay algo en estos espacios que habla de una estética colectiva, particular al lugar donde vivimos y por ende propia. Recomiendo sobre todo para diseñadores gráficos y de marca deleitarse con la tipografía en los letreros pintados, los stickers en transportes públicos, y los displays de productos en mercaditos y tiendas de barrio.
4. Lo incómodo
Hace años he querido escribir una defensa de las artes horribles, esas que hablan de nuestro asco, miedo, angustia o incomodidad. Creo que es una categoría donde aún se puede explorar un montón, y a la que a la vez nos vemos un poco resistentes. Realmente algunas de las piezas de arte más originales que he visto son inspiradas precisamente en estos sentimientos poco observados. Además de hacerlas memorables, la incomodidad que evocan suele generar un montón de diálogo que es esencial para la crítica y producción artística. Presiento que del otro lado de lo que nos incomoda se encuentran muchísimas propuestas sumamente creativas que responden no sólo a lo que no queremos sentir, si no a lo que como sociedad escondemos, despreciamos y callamos.
5. Las muestras presenciales y los materiales físicos
Lo bueno del internet es que tiene la habilidad de mostrarnos cosas que están fuera de nuestro alcance, ya sea porque están lejos, porque solo sucedieron una vez, o porque existen solamente en el mundo digital. La desventaja es que consumir estas imágenes no es lo mismo que presenciarlas, y acostumbrarnos a valorarlas por sobre las cosas que sí son accesibles para nosotros puede hacer que olvidemos cómo sacarle provecho a lo que nos rodea. Interactuar con el arte callejero, la música en vivo, la moda urbana y los materiales impresos que encontramos en restaurantes, tiendas y librerías puede enriquecer un montón nuestra experiencia de lo cotidiano. Acercarnos a estos espacios con la misma curiosidad con la que exploramos muestras en museos y galerías nos permite verlas con otros ojos y tomarlas también como referentes creativos.
Más allá de lo que propone esta lista, buscar inspiración fuera de nuestros algoritmos nos invita a reconectar con lo cercano y lo propio; con lo que informa nuestra identidad real, más no con lo que constituyen nuestras aspiraciones. Ante la aparente falta de ideas originales es esencial preguntarnos si el problema no es que ya todo esté hecho, si no que insistimos en tomar como referentes estéticas que no nos pertenecen, historias que no tenemos cómo contar porque nacen de realidades que no nos atraviesan. Si lo que aspiramos es crear algo que se sienta genuino, es esencial partir de lo que nos mueve, de lo que hemos vivido y nos hace únicos, de lo que solo nosotros podemos contar.
Gracias por haber llegado hasta aquí, y gracias a Valeria Buendía por compartir las fotos que acompañan este texto.
Para ver más del trabajo de Valeria, pueden visitar su Instagram personal o chequear su proyecto Introvisión. Las fotos incluidas en este artículo son parte de una serie de prints que estarán a la venta muy pronto a través de sus redes.
¡Hasta la próxima!